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Nuevo libro de la Asociación: LIBORIO DE RODAS

3 diciembre, 2019

Hace un tiempo, en una exposición de pintura andaluza del XIX, me intrigó un cuadro, La desesperación de Liborio, que representaba un militar romano, vestido de gala pero sucio y con cara de hambre, que, sentado en una silla de tijera en un paisaje de olivos y montañas, me miraba fijamente con ojos enrojecidos mostrando cansancio extremo, desesperación, miedo y odio al mundo, todo junto… ¡Este hombre las está pasando canutas!, pensé.

Mi novia de entonces, Mónica, me aclaró que el soldado no era romano, sino bizantino, por la espada curva colocada sobre el suelo, junto a un casco abollado. Durante un tiempo no pude desprenderme de la imagen hasta que decidir investigar…

En Constantinopla, en enero del año 581, Leandro, arzobispo de Spalis, Sevilla, es recibido en audiencia con el emperador Tiberio II, a quien transmite una petición de ayuda de Hermenegildo, quien se ha convertido al catolicismo y rebelándose contra su padre, Leovigildo, se ha proclamado rey de la Bética y la Lusitania con el título de rey Juan. Días después Leandro expone con detalle la situación a Tiberio, quien promete enviarle uno de sus mejores generales, Liborio Rodio, al frente de una pequeña tropa de caballería, más como un gesto simbólico de apoyo que como ayuda efectiva.

(A partir de aquí el texto esta escrito por el propio Liborio Rodio)

A principios de Junio llegué a Malaka y me reuní con el prefecto de nuestra provincia de Spania, Balbino Balbo, quien me informó de que, en ausencia del obispo Leandro, el personaje más importante de Spalis es su hermano Isidoro, administrador provisional de la diócesis. Ambos son tíos-abuelos de Hermenegildo, un joven de 17 años y, junto con la esposa de Hermenegildo, Ingunda, de 14 años, y el anciano obispo Massona, de Emérita, Mérida, son los artífices de su conversión al catolicismo.

Acompañado de mi asistente Nikolaos Cretense y al frente de un bandon de dos centurias de caballería proporcionadas por el prefecto Balbo, viajé a Spalis, donde permanecí junto a los reyes y los personajes principales del reino, desentrañando el embrollo de la rebelión y sus consecuencias, a la espera de que, como sucedió en la primavera siguiente, Leovigildo decidiera acabar con ella por la fuerza. Emérita se entregó sin lucha, Leovigildo sobornó a los suevos del rey Miro de Gallecia que habían acudido en ayuda de Hermenegildo y se dirigió hacia Híspalis, tomando Itálica, pero decidió invernar allí y en Emérita y posponer la ofensiva final hasta la primavera.

Poco antes de la ofensiva final, el prefecto Balbo me comunicó que Leovigildo había  sobornado al Imperio con treinta mil sólidos de oro para abandonar a Hermenegildo. Entonces ordené la retirada de mis tropas a Malaka, llevando consigo la esposa y el hijo del rey para ponerlos a salvo, pero yo decidí quedarme con el rey Juan y compartir su incierto destino …

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