Portada.jpgEs un placer ofrecer mi modesta aportación al mundo prerrománico, gracias a la oportunidad que me brinda mi amigo Pablo García-Diego.

Esta invitación me va a permitir abordar la insigne figura de Hasday, un jaenero - como gustan decir los jiennenses - de extraordinaria dimensión científica, política y cultural en el mundo occidental del siglo X.

Una figura de talla universal, reconocida por el Estado judío en el primer nivel de sus hombres ilustres a lo largo de la historia.

Mi atracción por la figura de Hasday se debe a la lectura de los tres tomos de una “Historia del pueblo judío” de Werner Keller (un profesor universitario judío americano, autor también del polémico “Y la Biblia tenía razón” para situar a Jesús como el judío más universal de todos los tiempos).

De la lectura de aquel libro pude comprobar la singular y enorme ignorancia que existe en nuestro país, de los judíos españoles que poblaron nuestra tierra, ensanchando sus horizontes y contribuyendo a la grandeza de nuestro pueblo en diferentes momentos de su historia.

En aquellas páginas descubrí por primera vez la figura de Hasday, un judío español que fuera “hagib” (canciller y chambelán –el actual primer ministro-) de Abd al Rahmán III, el extraordinario Califa de Qurtuba (Córdoba), aquella ciudad que en poco más de cien años (850-976) reunió en torno a sí, y puso a disposición del mundo cristiano de Occidente todo el saber del mundo antiguo reunido hasta entonces en la famosa Escuela de la Sabiduría de Bagdad, gracias entre otras cosas, a la imponderable labor llevada a cabo por Hasday.

Me interesa en este breve espacio, glosar la figura de Hasday dentro del espacio intercultural de Al Andalus a comienzos del siglo X.

Desde el inicio de la invasión árabe, la sociedad andalusí fue un mosaico extraordinario de razas y pueblos, de diferentes religiones y culturas.

Y su enorme prestigio y grandeza estará presidido, entre otras cosas, por la habilidad de los sucesivos emires para encontrar acomodo a todas las clases sociales que conviven en el territorio andalusí, cuando en el resto de países europeos de la época subsiste la intransigencia feroz con lo no católico heredada del viejo imperio romano, que también se había adueñado de Spania (ya se la denominaba así) a comienzos del siglo VII, cuando ejercía el poder el rey visigodo Sisebuto.

A comienzos del siglo X, sin embargo, en Al Andalus convivirán mejor o peor, árabes descendientes del exilio damasceno (provenientes del califato omeya de Damasco), que llegaron en 753 para poner orden entre las primeras tribus árabes de la invasión, y los primeros colonizadores beréberes (mercenarios guerreros de escasa integración en el Islam), sin olvidar a los judíos que llegaron enarbolando la bandera de la invasión inicial del año 711.

A estas tribus diferentes de las primeras oleadas, se van sumando a comienzos del siglo X los sucesivos contingentes musulmanes procedentes de un califato bagdadí en declive casi total, no muy bien recibidos, por cierto, por los descendientes de los primeros colonizadores sirios, y aquellos otros pobladores que llegan huyendo del emirato aglabí del norte de África, cuando el chií Al Madhir se hace con el poder en los territorios actuales Túnez y Libia en 909.

Hay que recordar que el emirato andalusí era de ascendencia suní, y que por razón del enfrentamiento entre las dos facciones (sunnies y chíies, -enfrentamiento que dura hasta nuestros días-), Abd al Rahmán III se proclamó califa en el año 929 (cuando Hasday contaba 19 b.jpgaños de edad).

Y todavía falta unir a este paisaje social tan variopinto, la llegada sucesiva de judíos de todos los rincones del mundo, y los pobladores autóctonos de la vieja Spania.

Dos grupos fundamentales de viejos pobladores hispanos se dan cita en el complejo mosaico de Al Andalus: los muladíes –muwalladun- (aquellos cristianos que se convirtieron al Islam) y los mozárabes (cristianos que siguieron practicando su religión en territorio andalusí con total libertad).

Pues bien, en los años previos al nacimiento de Hasday, dio comienzo en Al Andalus una cruenta guerra civil de secesión, cuya mecha encendió un muladí (cristiano convertido) que se proclamaba descendiente del último rey godo Witiza. Un hombre vencido por la perfidia y una gran ambición: Umar ben Hafsún.

Desde el año 880 y hasta después de su muerte en 917, sus partidarios sembraron el terror por todo el territorio de Al Andalus, Jaén incluido, la tierra natal de Hasday.

No fue una guerra de religión, sino de conquista directa de poder. No había un conflicto religioso ni problemas sociales, acaso muy escasos, pero Hafsún supo insuflar y concitar en torno a sí el moderado desencanto de todos aquellos musulmanes que como él, ocupaban el último escalón de la pirámide social andalusí: beréberes y muladíes (hombres de guerra y conversos de última hora) que no eran depositarios precisamente de la pureza de sangre de los árabes (los sirios de la primera oleada, y los iraquíes que llegan huyendo de Bagdad). Por detrás, aun restaban mozárabes cristianos y esclavos, más marginados socialmente.

Los cristianos, sin embargo, vivían sin excesivas dificultades bajo el paraguas de tolerancia general religiosa. Y los propios sacerdotes recriminan a sus fieles después de ser castigados por las autoridades, por haber insultado su fe islámica. Tenía que mediar una agresión importante para que los musulmanes molestaran a los cristianos. Y ello, por otras razones que escapan a nuestro análisis, y que tienen que ver con el martirio voluntario de muchos mozárabes a mediados del siglo IX, seguidores de San Eulogio.

Los judíos se mantendrán siempre fieles a los árabes. Existe una gran afinidad entre ambas culturas, partiendo de la base de que se trata de pueblos semitas. Una cultura semita con tronco lingüístico común. El hebreo y el árabe son lenguas muy similares, de un tronco arameo común, en su grafía y pronunciación (el dialecto nabateo de Petra, en Jordania).

Esta comunión entre judíos y árabes nace ya en los tiempos de Mahoma, y se consolida a lo largo de los siglos, hasta mediados del siglo XX, por las razones de todos conocidas del establecimiento del estado judío en Palestina.

Expulsados de España en 1492, encontraremos en masa a los judíos sefardíes en el imperio otomano, que se extendió tras la conquista de Constantinopla en 1453. Siempre en perfecta convivencia.

Posiblemente, aquella guerra civil andalusí iniciada por Ibn Hafsún, encumbrara económica y socialmente a Ishaq ibn Schaprut, el padre de Hasday, en el Jaén de los albores del siglo X. En mi libro propongo a Ishaq como un comerciante avispado, que supo ver la oportunidad de negocio que le brindaba la guerra.

Como en toda guerra, el descenso de la demanda provoca que los precios en origen (Oriente) de las diferentes mercancías bajen, y como en toda guerra, la metrópoli cordobesa no está dispuesta a renunciar a su altísimo nivel de vida. Como la ciudad de Berlín durante la Segunda Guerra Mundial, Córdoba vive de espaldas a las escaramuzas de unos cuantos insurgentes, y sigue demandando productos orientales en sus mesas, sobre todo el café: un producto estelar en la época, equiparable al caviar o las angulas actuales.

No es cierto que el café llegara a España desde las colonias americanas. Los andalusíes del siglo X ya lo importaban desde la ciudad de Mokha.

Pues bien, imaginar la distribución de estas mercancías selectas en un país sometido a los rebeldes en una gran parte de su territorio no es muy difícil: serían necesarias muchas pequeñas salidas de diferentes caravanas para no poner en riesgo toda la mercancía. Y ello encarecía mucho más el producto en Córdoba, hasta unos precios que, sin embargo, aquella población estaba dispuesta a pagar.

Así pues, es posible que en el negocio de la seda, del café y de las especias orientales muy apreciadas en las mesas cordobesas, amasara Schaprut una considerable fortuna.

Jaén, además, era una plaza equidistante de Córdoba y los puertos del Mediterráneo, una ciudad muy disputada por los sublevados y fuertemente protegida por las huestes del emir.

Y es muy probable que en casa del judío Ishaq pernoctaran más de una vez las tropas del gran general Abu-l-Abbas ben Abi Abda. Una casa situada al parecer frente a la del qaid, muy próxima a la actual Iglesia de la Magdalena. Y de ahí la facilidad del ascenso social de la familia cuando se trasladó a Córdoba en el momento en que Hasday necesitaba proseguir sus estudios.

El hecho cierto es que durante la infancia de Hasday, el qaid de la ciudad, Ibn Suliya, se hallaba sublevado en Sierra Mágina, e Ishaq ibn Schaprut es el hombre fuerte de la ciudad.

Y a casa de Hasday acudirán muchos niños mozárabes o muladíes acompañando a sus padres para implorar la protección y el amparo de Ishaq frente a las huestes del emir. No en vano a todos ellos los situaban bajo sospecha de ayudar a la rebelión.

Que la relación de Hasday con los mozárabes y su conocimiento del protoromance desde niño está fuera de duda, lo corrobora un dato fundamental: cuando llega a Córdoba, lo primero que hace es acudir a casa de un célebre monje cristiano para profundizar en el conocimiento de la ciencia médica, a través del estudio de textos escritos en latín.

Y es muy probable también que su afición a la ciencia médica y las propiedades curativas de las plantas, procediera de los juegos infantiles con la muchachada cristiana.

En el Jaén del año 900, había una considerable industria de la seda, y todos los niños de la ciudad habrían alimentado gusanos de seda con hojas de morera, un árbol aún hoy presente en muchas localizaciones de la ciudad.

Y de la extraordinaria metamorfosis de que era capaz la hoja de una planta, a investigar las propiedades de todas las plantas medicinales conocidas, solo hay un paso para Hasday.

De su proximidad con Abd al Rhaman III, sin embargo, se encargará el destino.

Andalus1.jpgDos curiosidades en la vida del Califa le acercarán a su presencia.

Cuando tan solo era un niño de 9 años, Abd al Rahman III vivió una experiencia que le marcará de por vida: mientras jugaba en el jardín de Palacio, presenciará la muerte de un primo hermano en pocos minutos, mordido por una serpiente, en medio de horribles estertores.

Un secreto, que salvo Hasday -en su calidad de médico personal del Califa-, nadie conocerá.

El otro secreto de Abd al Rahmán era su profundo desprecio por la traición. Él mismo había venido al mundo veintiún días antes de que su padre muriera a manos de un hermano por culpa de las intrigas palaciegas para desplazar del poder a su abuelo, el emir Abd Alláh, justo cuando los sublevados de Hafsún se hallaban ya a las puertas de Córdoba.

Pues bien, cuando el Califa regresaba de su peor derrota frente a los reinos cristianos de norte (Simancas y Alhandega, en 939), donde muchos de sus capitanes le traicionaron, Córdoba le recibió con una noticia extraordinaria.

Y a la par que ordenaba la ejecución de doscientos de sus mejores hombres de armas por traición, se difundía por la ciudad que un médico judío había redescubierto la tríaca, un eficaz antídoto contra la picadura de serpientes y otros insectos venenosos, que se mantenía desconocido desde la escisión del Imperio romano, quinientos años atrás. Un antídoto cuyas últimas noticias escritas se debían a Galeno en el siglo II, y que Hasday redescubrió.

Y como mejor augurio, fue su propio hijo y sucesor al frente del califato quién se ocupó de introducirlo en la corte.

De un solo golpe, las dos pesadillas de la infancia del Califa, desaparecerán como por ensalmo.

De un lado, la cura para el presente y lo porvenir de las picaduras de serpientes. Y de otro lado, la sintonía con su hijo, el príncipe Al Haken, compartiendo ambos la confianza en un fiel servidor como Hasday, el hijo de Ishaq ibn Schaprut, de Jaén. 

Y el Califa tomó estos hechos como una señal del destino.

Corría el año 939, y nombró a Hasday su médico personal, pese a la negativa de la alta aristocracia árabe, que se negaba a autorizar el nombramiento. Era necesario para el cargo, que la persona fuese investida con el título de visir, que no podía ostentar nadie que no estuviera adscrito al Islam.

Pero el Califa omeya nunca fue dogmático ni fanático, y sabía apreciar las cualidades personales de los que profesaban otro credo. Y en esa tolerancia se basó el considerable desarrollo social y económico de Al-Andalus, muy avanzado para su tiempo.

Tan solo un año después, Hasday, que solo cuenta con treinta años, recibió el encargo de su primera misión diplomática.

Su nombramiento como médico personal del Califa corrió por toda Europa como un reguero de pólvora, y todas las comunidades judías le escribían cartas para mediar ante Abd al Rahmán en la solución de cualquier conflicto.

Y una de estas cartas le pondrá en el camino de su brillante carrera política.

El Conde Súñer de Barcelona había establecido una alianza con el rey de Navarra para combatir al Califa, al que suponían muy mermado tras la terrible derrota de Simancas.

Pero no todos los nobles catalanes apoyaban este acuerdo con los navarros, considerando que estos jamás podrían defender Barcelona, si se producía un ataque de la flota árabe desde las Baleares, islas en poder de los musulmanes desde el año 903.

Incapaces de obtener una decisión sensata por parte del conde, el amante judío de la condesa Riquilda (la sobrina de Súñer), escribió a Hasday solicitando la intervención del Califa para convencer al Conde entre todos.

Más o menos como los acuerdos políticos actuales, cuando se acude a negociar con CiU o ERC.cordoba.jpg

Imaginemos ahora el rostro de Hasday, cuando tras haber conseguido una audiencia política con Abd al Rahman, este le espeta que se encargará personalmente de esa misión.

A las protestas de Hasday, el Califa seguramente respondió: nadie mejor que tú, entre los hombres de mi confianza, para cumplir con éxito esta embajada. Hablas latín, y el contacto de los nobles que se oponen al acuerdo con los navarros es judío. ¿Acaso existe otra idea mejor?

Y Hasday sale de Córdoba para cumplir su misión.

Dos días después, el califa ordena a Ibn Rumahis, el almirante de la flota anclada en Almería, que parta rumbo a Barcelona apostándose frente a la ciudad para intimidar al conde, y conminándole a no causar ningún daño a su embajador, si quiere conservar los muros de la ciudad y la vida de sus moradores.

Más o menos como en la actualidad, cuando se llevan a cabo operaciones como la “Tormenta del Desierto”, con las flotas del Pacífico y el Mediterráneo frente a las aguas del golfo pérsico.

Ni que decir tiene que la misión fue un rotundo éxito para Hasday y los partidarios de no firmar la alianza con los navarros. Incluso Hugo de Arlés firmó el nuevo acuerdo defensivo propugnado por Hasday entre los condados catalanes y Al Andalus.

Y los comerciantes judíos de la ribera norte del Mediterráneo respiraron tranquilos.

Y por toda Europa, la influencia judía se dejará sentir de ahora en adelante.

Y a partir de aquí, los encargos se sucederán. Jefe de Aduanas del Califato, Secretario de Cartas Latinas, embajador ante la Corte del rey de León, ante la reina Toda Aznar de Navarra, recibe en Córdoba las embajadas de Bizancio y del Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Filtra todas las noticias procedentes del Califato Fatimí y de Bagdad. Ordena las Embajadas a la corte de Otón I de Recemundo, el abad del cenobio de Peñamelaria, y a los Estados Papales de otro judío universal nacido en Tortosa, Ibrahim ben Yaqub.

Recibe y ayuda a todas las delegaciones de judíos de Europa, prestándoles el auxilio necesario ante sus reyes, so pena de infringir el mismo trato a los cristianos andalusíes.

Traduce el Dioscórides, un regalo del Emperador Constantino VII de Bizancio, con ayuda del monje bizantino Nicolás.

Incluso toma contacto con el emperador de los khazaros, el rey judío José, en una época de viajes asombrosos por el interior de Europa, cuatrocientos años antes de que viera la luz Marco Polo.

Y recibe en Córdoba a Moisés ben Enoch, un gaón de la Escuela de Sura de Babilonia, alrededor de cuya figura establece en Córdoba la Escuela Talmúdica más importante de la época.

La asistencia a la nueva escuela de Córdoba aumentó de tal manera en pocos años, que sus salas y patios apenas podían ya albergar el gran número de estudiantes.

Acudía a Córdoba toda la juventud ansiosa de saber, tanto de Al-Andalus como de Ifriqiyya.

El deseo de estudiar en la Escuela cordobesa será aún mayor, por cuanto aquí figuraban también las ciencias profanas en el plan de estudios, además del Talmud, a semejanza de las madrasas musulmanas.

Córdoba va a ser centro del judaísmo mundial.

Multitud de judíos sefarditas serán políticos, escritores, poetas, filósofos, médicos, astrónomos o investigadores durante el califato y los reinos de Taifas.

Mientras que la Europa cristiana se había atascado en una ignorancia de la que habían intentado liberarla los primeros carolingios, y en el califato oriental el espíritu abierto de otros tiempos se iba paralizando gradualmente, en el califato de Córdoba se acercaba el tiempo de un florecimiento cultural único en la historia.

Los judíos de todas partes vienen a asentarse aquí. Sefarad es la nueva tierra de promisión.

Y Abd al Rhaman III lo nombró nasí o príncipe de los judíos –un rango con autoridad moral sobre el pueblo judío de todo el orbe conocido-, cuando en el año 955 reorganizó su administración. La imposibilidad de nombrarlo gran visir no fue a.gifobstáculo para el Califa. De facto, todos los demás secretarios debían despachar previamente con Hasday cualquier cuestión de Estado.

Muchos poetas judíos ensalzan sus obras para la posteridad. Y su fama fue enorme, desde Roma a Constantinopla, desde Qayruan a Bagdad, Mansiriyya o Maguncia, Aquisgrán o Khazaria.

Una muestra de la tolerancia religiosa andalusí, y de la amplitud de miras del Califa es la respuesta a una embajada del Emperador germano Otón I, protestando por el enclave provenzal andalusí de Yabal al Quilal (Fraxinetum en latín, para los francos; un lugar muy próximo a la actual Niza, en poder de musulmanes tortosanos desde el año 898 aproximadamente), con el propósito de desmantelarlo pacíficamente para que todas las tierras cristianas de Europa Occidental permanecieran fieles en la fe de Cristo.

La respuesta del Califa se narra en su crónica:

“Unos embajadores francos llegaron a la corte de Córdoba a fin de lograr una alianza con el califa. Después de dos horas de recorrido, llegaron a Marinat al Zhara, a un salón con suelo de tierra y sin ninguna decoración, en el cual había un hombre sentado en el suelo, vestido con un traje raído que le estaba pequeño, mirando distraídamente a un alfange, una hoguera y un ejemplar del Corán que tenía frente a sí. Abderramán levantó la cabeza y, antes de que los francos dijeran nada, les habló secamente: "Cuando vosotros permitáis en vuestro reino esto (señaló el Corán) como yo permito en el mío vuestros libros santos, yo enterraré mi espada (dijo mientras la enterraba en la arena) y alimentaré todos los días la hoguera de la amistad (y echó un leño al fuego)". Les mandó salir sin dejarles hablar. Jamás volvieron.”

En cuanto a los cristianos que vivían en la sociedad andalusí, gozaban de la misma tolerancia que cualquier otro ciudadano judío o musulmán, formando incluso parte de la guardia personal del Califa.

En Al Andalus se desarrolló una sociedad sin fronteras, intercultural e interreligiosa, de forma real y auténtica, que consiguió deslumbrar al mundo entero entonces, y aún hoy.

Un gran “renacimiento” ideológico, muy avanzado para la época, y muy por encima del surgido tras el concepto de “nación” en el Renacimiento europeo, quinientos años después.

Y un gran “renacimiento” cultural, a la misma altura que lo conseguido quinientos años después.

Porque tuvieron que pasar trescientos años aún, para que Alfonso X el Sabio tradujera de nuevo del árabe al latín tan enorme tesoro cultural.

No me resta nada más que decir. Espero que esta breve exposición haya sido de su interés.

Para quien siga interesado en profundizar sobre la época y el personaje, existen ejemplares de mi libro a su disposición en mi dirección de correo personal: romeroycia@telefonica.net.

Muchas gracias a todos por su atención.