Esta invitación me va a permitir abordar la insigne figura
de Hasday, un jaenero - como gustan decir los jiennenses - de extraordinaria
dimensión científica, política y cultural en el mundo
occidental del siglo X. Una figura de talla universal, reconocida por el Estado
judío en el primer nivel de sus hombres ilustres a lo largo de la
historia. Mi atracción por la figura de Hasday se debe a la
lectura de los tres tomos de una “Historia
del pueblo judío” de Werner Keller (un profesor
universitario judío americano, autor también del
polémico “Y la Biblia
tenía razón” para situar a Jesús como el
judío más universal de todos los tiempos). De la lectura de aquel libro pude comprobar la singular y
enorme ignorancia que existe en nuestro país, de los judíos
españoles que poblaron nuestra tierra, ensanchando sus horizontes y
contribuyendo a la grandeza de nuestro pueblo en diferentes momentos de su
historia. En aquellas páginas descubrí por primera vez
la figura de Hasday, un judío español que fuera “hagib” (canciller y
chambelán –el actual primer ministro-) de Abd al Rahmán
III, el extraordinario Califa de Qurtuba (Córdoba), aquella ciudad que
en poco más de cien años (850-976) reunió en torno a
sí, y puso a disposición del mundo cristiano de Occidente todo
el saber del mundo antiguo reunido hasta entonces en la famosa Escuela de la
Sabiduría de Bagdad, gracias entre otras cosas, a la imponderable
labor llevada a cabo por Hasday. Me interesa en este breve espacio, glosar la figura de
Hasday dentro del espacio intercultural de Al Andalus a comienzos del siglo
X. Desde el inicio de la invasión árabe, la
sociedad andalusí fue un mosaico extraordinario de razas y pueblos, de
diferentes religiones y culturas. Y su enorme prestigio y grandeza estará presidido,
entre otras cosas, por la habilidad de los sucesivos emires para encontrar
acomodo a todas las clases sociales que conviven en el territorio
andalusí, cuando en el resto de países europeos de la
época subsiste la intransigencia feroz con lo no católico
heredada del viejo imperio romano, que también se había
adueñado de Spania (ya se la denominaba así) a comienzos del
siglo VII, cuando ejercía el poder el rey visigodo Sisebuto. A comienzos del siglo X, sin embargo, en Al Andalus
convivirán mejor o peor, árabes descendientes del exilio
damasceno (provenientes del califato omeya de Damasco), que llegaron en 753
para poner orden entre las primeras tribus árabes de la
invasión, y los primeros colonizadores beréberes (mercenarios
guerreros de escasa integración en el Islam), sin olvidar a los judíos
que llegaron enarbolando la bandera de la invasión inicial del
año 711. A estas tribus diferentes de las primeras oleadas, se van
sumando a comienzos del siglo X los sucesivos contingentes musulmanes
procedentes de un califato bagdadí en declive casi total, no muy bien
recibidos, por cierto, por los descendientes de los primeros colonizadores
sirios, y aquellos otros pobladores que llegan huyendo del emirato
aglabí del norte de África, cuando el chií Al Madhir se
hace con el poder en los territorios actuales Túnez y Libia en 909. Hay que recordar que el emirato andalusí era de
ascendencia suní, y que por razón del enfrentamiento entre las
dos facciones (sunnies y chíies, -enfrentamiento que dura hasta
nuestros días-), Abd al Rahmán III se proclamó califa en
el año 929 (cuando Hasday contaba 19
Y todavía falta unir a este paisaje social tan
variopinto, la llegada sucesiva de judíos de todos los rincones del
mundo, y los pobladores autóctonos de la vieja Spania. Dos grupos fundamentales de viejos pobladores hispanos se dan
cita en el complejo mosaico de Al Andalus: los muladíes
–muwalladun- (aquellos cristianos que se convirtieron al Islam) y los
mozárabes (cristianos que siguieron practicando su religión en
territorio andalusí con total libertad). Pues bien, en los años previos al nacimiento de
Hasday, dio comienzo en Al Andalus una cruenta guerra civil de
secesión, cuya mecha encendió un muladí (cristiano
convertido) que se proclamaba descendiente del último rey godo Witiza.
Un hombre vencido por la perfidia y una gran ambición: Umar ben
Hafsún. Desde el año 880 y hasta después de su muerte
en 917, sus partidarios sembraron el terror por todo el territorio de Al
Andalus, Jaén incluido, la tierra natal de Hasday. No fue una guerra de religión, sino de conquista
directa de poder. No había un conflicto religioso ni problemas
sociales, acaso muy escasos, pero Hafsún supo insuflar y concitar en
torno a sí el moderado desencanto de todos aquellos musulmanes que
como él, ocupaban el último escalón de la
pirámide social andalusí: beréberes y muladíes
(hombres de guerra y conversos de última hora) que no eran
depositarios precisamente de la pureza de sangre de los árabes (los
sirios de la primera oleada, y los iraquíes que llegan huyendo de Bagdad).
Por detrás, aun restaban mozárabes cristianos y esclavos,
más marginados socialmente. Los cristianos, sin embargo, vivían sin excesivas
dificultades bajo el paraguas de tolerancia general religiosa. Y los propios
sacerdotes recriminan a sus fieles después de ser castigados por las
autoridades, por haber insultado su fe islámica. Tenía que
mediar una agresión importante para que los musulmanes molestaran a
los cristianos. Y ello, por otras razones que escapan a nuestro
análisis, y que tienen que ver con el martirio voluntario de muchos mozárabes
a mediados del siglo IX, seguidores de San Eulogio. Los judíos se mantendrán siempre fieles a los
árabes. Existe una gran afinidad entre ambas culturas, partiendo de la
base de que se trata de pueblos semitas. Una cultura semita con tronco
lingüístico común. El hebreo y el árabe son lenguas
muy similares, de un tronco arameo común, en su grafía y
pronunciación (el dialecto nabateo de Petra, en Jordania). Esta comunión entre judíos y árabes
nace ya en los tiempos de Mahoma, y se consolida a lo largo de los siglos,
hasta mediados del siglo XX, por las razones de todos conocidas del
establecimiento del estado judío en Palestina. Expulsados de España en 1492, encontraremos en masa
a los judíos sefardíes en el imperio otomano, que se
extendió tras la conquista de Constantinopla en 1453. Siempre en
perfecta convivencia. Posiblemente, aquella guerra civil andalusí iniciada
por Ibn Hafsún, encumbrara económica y socialmente a Ishaq ibn
Schaprut, el padre de Hasday, en el Jaén de los albores del siglo X.
En mi libro propongo a Ishaq como un comerciante avispado, que supo ver la
oportunidad de negocio que le brindaba la guerra. Como en toda guerra, el descenso de la demanda provoca que
los precios en origen (Oriente) de las diferentes mercancías bajen, y
como en toda guerra, la metrópoli cordobesa no está dispuesta a
renunciar a su altísimo nivel de vida. Como la ciudad de Berlín
durante la Segunda Guerra Mundial, Córdoba vive de espaldas a las
escaramuzas de unos cuantos insurgentes, y sigue demandando productos
orientales en sus mesas, sobre todo el café: un producto estelar en la
época, equiparable al caviar o las angulas actuales. No es cierto que el café llegara a España
desde las colonias americanas. Los andalusíes del siglo X ya lo
importaban desde la ciudad de Mokha. Pues bien, imaginar la distribución de estas
mercancías selectas en un país sometido a los rebeldes en una
gran parte de su territorio no es muy difícil: serían
necesarias muchas pequeñas salidas de diferentes caravanas para no
poner en riesgo toda la mercancía. Y ello encarecía mucho
más el producto en Córdoba, hasta unos precios que, sin
embargo, aquella población estaba dispuesta a pagar. Así pues, es posible que en el negocio de la seda,
del café y de las especias orientales muy apreciadas en las mesas
cordobesas, amasara Schaprut una considerable fortuna. Jaén, además, era una plaza equidistante de
Córdoba y los puertos del Mediterráneo, una ciudad muy
disputada por los sublevados y fuertemente protegida por las huestes del
emir. Y es muy probable que en casa del judío Ishaq
pernoctaran más de una vez las tropas del gran general Abu-l-Abbas ben
Abi Abda. Una casa situada al parecer frente a la del qaid, muy
próxima a la actual Iglesia de la Magdalena. Y de ahí la
facilidad del ascenso social de la familia cuando se trasladó a
Córdoba en el momento en que Hasday necesitaba proseguir sus estudios. El hecho cierto es que durante la infancia de Hasday, el qaid
de la ciudad, Ibn Suliya, se hallaba sublevado en Sierra Mágina, e
Ishaq ibn Schaprut es el hombre fuerte de la ciudad. Y a casa de Hasday acudirán muchos niños
mozárabes o muladíes acompañando a sus padres para
implorar la protección y el amparo de Ishaq frente a las huestes del
emir. No en vano a todos ellos los situaban bajo sospecha de ayudar a la
rebelión. Que la relación de Hasday con los mozárabes y
su conocimiento del protoromance desde niño está fuera de duda,
lo corrobora un dato fundamental: cuando llega a Córdoba, lo primero
que hace es acudir a casa de un célebre monje cristiano para
profundizar en el conocimiento de la ciencia médica, a través
del estudio de textos escritos en latín. Y es muy probable también que su afición a la
ciencia médica y las propiedades curativas de las plantas, procediera
de los juegos infantiles con la muchachada cristiana. En el Jaén del año 900, había una
considerable industria de la seda, y todos los niños de la ciudad
habrían alimentado gusanos de seda con hojas de morera, un
árbol aún hoy presente en muchas localizaciones de la ciudad. Y de la extraordinaria metamorfosis de que era capaz la
hoja de una planta, a investigar las propiedades de todas las plantas
medicinales conocidas, solo hay un paso para Hasday. De su proximidad con Abd al Rhaman III, sin embargo, se
encargará el destino.
Cuando tan solo era un niño de 9 años, Abd al
Rahman III vivió una experiencia que le marcará de por vida:
mientras jugaba en el jardín de Palacio, presenciará la muerte de
un primo hermano en pocos minutos, mordido por una serpiente, en medio de
horribles estertores. Un secreto, que salvo Hasday -en su calidad de
médico personal del Califa-, nadie conocerá. El otro secreto de Abd al Rahmán era su profundo
desprecio por la traición. Él mismo había venido al
mundo veintiún días antes de que su padre muriera a manos de un
hermano por culpa de las intrigas palaciegas para desplazar del poder a su
abuelo, el emir Abd Alláh, justo cuando los sublevados de
Hafsún se hallaban ya a las puertas de Córdoba. Pues bien, cuando el Califa regresaba de su peor derrota
frente a los reinos cristianos de norte (Simancas y Alhandega, en 939), donde
muchos de sus capitanes le traicionaron, Córdoba le recibió con
una noticia extraordinaria. Y a la par que ordenaba la ejecución de doscientos
de sus mejores hombres de armas por traición, se difundía por
la ciudad que un médico judío había redescubierto la
tríaca, un eficaz antídoto contra la picadura de serpientes y
otros insectos venenosos, que se mantenía desconocido desde la
escisión del Imperio romano, quinientos años atrás. Un
antídoto cuyas últimas noticias escritas se debían a
Galeno en el siglo II, y que Hasday redescubrió. Y como mejor augurio, fue su propio hijo y sucesor al
frente del califato quién se ocupó de introducirlo en la corte.
De un solo golpe, las dos pesadillas de la infancia del
Califa, desaparecerán como por ensalmo. De un lado, la cura para el presente y lo porvenir de las
picaduras de serpientes. Y de otro lado, la sintonía con su hijo, el
príncipe Al Haken, compartiendo ambos la confianza en un fiel servidor
como Hasday, el hijo de Ishaq ibn Schaprut, de Jaén. Y el Califa tomó estos hechos como una señal
del destino. Corría el año 939, y nombró a Hasday
su médico personal, pese a la negativa de la alta aristocracia
árabe, que se negaba a autorizar el nombramiento. Era necesario para
el cargo, que la persona fuese investida con el título de visir, que
no podía ostentar nadie que no estuviera adscrito al Islam. Pero el Califa omeya nunca fue dogmático ni
fanático, y sabía apreciar las cualidades personales de los que
profesaban otro credo. Y en esa tolerancia se basó el considerable
desarrollo social y económico de Al-Andalus, muy avanzado para su
tiempo. Tan solo un año después, Hasday, que solo
cuenta con treinta años, recibió el encargo de su primera
misión diplomática. Su nombramiento como médico personal del Califa
corrió por toda Europa como un reguero de pólvora, y todas las
comunidades judías le escribían cartas para mediar ante Abd al
Rahmán en la solución de cualquier conflicto. Y una de estas cartas le pondrá en el camino de su
brillante carrera política. El Conde Súñer de Barcelona había
establecido una alianza con el rey de Navarra para combatir al Califa, al que
suponían muy mermado tras la terrible derrota de Simancas. Pero no todos los nobles catalanes apoyaban este acuerdo
con los navarros, considerando que estos jamás podrían defender
Barcelona, si se producía un ataque de la flota árabe desde las
Baleares, islas en poder de los musulmanes desde el año 903. Incapaces de obtener una decisión sensata por parte
del conde, el amante judío de la condesa Riquilda (la sobrina de
Súñer), escribió a Hasday solicitando la
intervención del Califa para convencer al Conde entre todos. Más o menos como los acuerdos políticos
actuales, cuando se acude a negociar con CiU o ERC. Imaginemos ahora el rostro de Hasday, cuando tras haber
conseguido una audiencia política con Abd al Rahman, este le espeta
que se encargará personalmente de esa misión. A las protestas de Hasday, el Califa seguramente
respondió: nadie mejor que tú, entre los hombres de mi
confianza, para cumplir con éxito esta embajada. Hablas latín,
y el contacto de los nobles que se oponen al acuerdo con los navarros es
judío. ¿Acaso existe otra idea mejor? Y Hasday sale de Córdoba para cumplir su
misión. Dos días después, el califa ordena a Ibn
Rumahis, el almirante de la flota anclada en Almería, que parta rumbo
a Barcelona apostándose frente a la ciudad para intimidar al conde, y conminándole
a no causar ningún daño a su embajador, si quiere conservar los
muros de la ciudad y la vida de sus moradores. Más o menos como en la actualidad, cuando se llevan
a cabo operaciones como la “Tormenta del Desierto”, con las flotas
del Pacífico y el Mediterráneo frente a las aguas del golfo
pérsico. Ni que decir tiene que la misión fue un rotundo
éxito para Hasday y los partidarios de no firmar la alianza con los
navarros. Incluso Hugo de Arlés firmó el nuevo acuerdo
defensivo propugnado por Hasday entre los condados catalanes y Al Andalus. Y los comerciantes judíos de la ribera norte del
Mediterráneo respiraron tranquilos. Y por toda Europa, la influencia judía se
dejará sentir de ahora en adelante. Y a partir de aquí, los encargos se
sucederán. Jefe de Aduanas del Califato, Secretario de Cartas Latinas,
embajador ante la Corte del rey de León, ante la reina Toda Aznar de
Navarra, recibe en Córdoba las embajadas de Bizancio y del Emperador
del Sacro Imperio Romano Germánico. Filtra todas las noticias
procedentes del Califato Fatimí y de Bagdad. Ordena las Embajadas a la
corte de Otón I de Recemundo, el abad del cenobio de
Peñamelaria, y a los Estados Papales de otro judío universal nacido
en Tortosa, Ibrahim ben Yaqub. Recibe y ayuda a todas las delegaciones de judíos de
Europa, prestándoles el auxilio necesario ante sus reyes, so pena de
infringir el mismo trato a los cristianos andalusíes. Traduce el Dioscórides, un regalo del Emperador
Constantino VII de Bizancio, con ayuda del monje bizantino Nicolás. Incluso toma contacto con el emperador de los khazaros, el
rey judío José, en una época de viajes asombrosos por el
interior de Europa, cuatrocientos años antes de que viera la luz Marco
Polo. Y recibe en Córdoba a Moisés ben Enoch, un
gaón de la Escuela de Sura de Babilonia, alrededor de cuya figura
establece en Córdoba la Escuela Talmúdica más importante
de la época. La asistencia a la nueva escuela de Córdoba
aumentó de tal manera en pocos años, que sus salas y patios
apenas podían ya albergar el gran número de estudiantes. Acudía a Córdoba toda la juventud ansiosa de
saber, tanto de Al-Andalus como de Ifriqiyya. El deseo de estudiar en la Escuela cordobesa será
aún mayor, por cuanto aquí figuraban también las ciencias
profanas en el plan de estudios, además del Talmud, a semejanza de las
madrasas musulmanas. Córdoba
va a ser centro del judaísmo mundial. Multitud de
judíos sefarditas serán políticos, escritores, poetas,
filósofos, médicos, astrónomos o investigadores durante
el califato y los reinos de Taifas. Mientras que la
Europa cristiana se había atascado en una ignorancia de la que
habían intentado liberarla los primeros carolingios, y en el califato
oriental el espíritu abierto de otros tiempos se iba paralizando
gradualmente, en el califato de Córdoba se acercaba el tiempo de un
florecimiento cultural único en la historia. Los
judíos de todas partes vienen a asentarse aquí. Sefarad es la
nueva tierra de promisión. Y
Abd al Rhaman III lo nombró nasí o príncipe de los
judíos –un rango con autoridad moral sobre el pueblo
judío de todo el orbe conocido-, cuando en el año 955
reorganizó su administración. La imposibilidad de nombrarlo
gran visir no fue
Muchos
poetas judíos ensalzan sus obras para la posteridad. Y su fama fue
enorme, desde Roma a Constantinopla, desde Qayruan a Bagdad, Mansiriyya o
Maguncia, Aquisgrán o Khazaria. Una muestra de la tolerancia religiosa andalusí, y
de la amplitud de miras del Califa es la respuesta a una embajada del
Emperador germano Otón I, protestando por el enclave provenzal
andalusí de Yabal al Quilal (Fraxinetum en latín, para los
francos; un lugar muy próximo a la actual Niza, en poder de musulmanes
tortosanos desde el año 898 aproximadamente), con el propósito
de desmantelarlo pacíficamente para que todas las tierras cristianas
de Europa Occidental permanecieran fieles en la fe de Cristo. La
respuesta del Califa se narra en su crónica: “Unos embajadores francos llegaron
a la corte de Córdoba a fin de lograr una alianza con el califa.
Después de dos horas de recorrido, llegaron a Marinat al Zhara, a un
salón con suelo de tierra y sin ninguna decoración, en el cual
había un hombre sentado en el suelo, vestido con un traje raído
que le estaba pequeño, mirando distraídamente a un alfange, una
hoguera y un ejemplar del Corán que tenía frente a sí.
Abderramán levantó la cabeza y, antes de que los francos
dijeran nada, les habló secamente: "Cuando vosotros
permitáis en vuestro reino esto (señaló el Corán)
como yo permito en el mío vuestros libros santos, yo enterraré
mi espada (dijo mientras la enterraba en la arena) y alimentaré todos
los días la hoguera de la amistad (y echó un leño al
fuego)". Les mandó salir sin dejarles hablar. Jamás
volvieron.” En cuanto a los cristianos que vivían en la sociedad
andalusí, gozaban de la misma tolerancia que cualquier otro ciudadano
judío o musulmán, formando incluso parte de la guardia personal
del Califa. En Al Andalus se desarrolló una sociedad sin
fronteras, intercultural e interreligiosa, de forma real y auténtica,
que consiguió deslumbrar al mundo entero entonces, y aún hoy. Un gran “renacimiento” ideológico, muy
avanzado para la época, y muy por encima del surgido tras el concepto
de “nación” en el Renacimiento europeo, quinientos
años después. Y un gran “renacimiento” cultural, a la misma
altura que lo conseguido quinientos años después. Porque tuvieron que pasar trescientos años
aún, para que Alfonso X el Sabio tradujera de nuevo del árabe
al latín tan enorme tesoro cultural. No me resta nada más que decir. Espero que esta
breve exposición haya sido de su interés. Para quien siga interesado en profundizar sobre la
época y el personaje, existen ejemplares de mi libro a su
disposición en mi dirección de correo personal: romeroycia@telefonica.net. Muchas gracias a todos por su atención. |